Ambientación.

No hay mal que dure cien años.

Siempre que llovió, paró.

Y un sinfín más de lo mismo.

Frases hechas que día a días las abuelas suelen decir; sabiduría popular que nadie puede ignorar. Y es que en un pueblo donde la población es casi nula – en comparación a las dos ciudades que tiene a cada flanco – hace del mismo un lugar perdido en el tiempo. Lleno de ricas costumbres, con familias tradicionales y donde el “sueño americano” parece hacerse realidad ¿qué puede haber de malo en un lugar así?

1987. Silvalley, Indiana. Tiempos oscuros han quedado atrás y el pequeño pueblo ha sabido sobreponerse. Famoso por las leyendas que lo rodean, cuentos para mandar a los pequeños a la cama, para asustar a los adolescentes atestados de hormonas, un lugar rico por su historia. El pequeño pueblito ha demostrado que la grandeza proviene en frasco chico. Conocido regionalmente por su cosecha anual de maíz, las granjas rodean un pueblo no más grande que un par de manzanas. La vida del lugar gira en torno a la plantación del maíz donde parece que no existe futuro más allá de las granjas y la crianza de animales además de una vieja mina que se encuentra en completo auge.

Una vida tranquila, sana, de trabajo duro pero recompensado es lo que obtienen sus habitantes. Pero más allá de la hospitalidad, del festival anual del maíz y la falta de perspectiva en la vida de sus habitantes... podemos decir sin miedo a errar: Pueblo chico, infierno grande.